Hacemos parte de un movimiento, que tiene principios, valores, objetivos, identidad, fuerza, y también una historia:
El sindicalismo, se origina con la revolución industrial en el último tercio del siglo XVIII, donde se dio lugar a que la máquina sustituyera al trabajador manual.
La introducción de la máquina, produce grandes ganancias a los industriales dueños de ellas, obtenidas a costa del sufrimiento del naciente proletariado de las fábricas, la fatiga excesiva, la insuficiencia en la alimentación, la disciplina imperante, las jornadas laborales superiores a 12 horas diarias, etc. Que debían de soportar los operarios.
Las mujeres y niños eran explotados sin misericordia, se les destinaban los trabajos más duros y humillantes, exponiendo con ello, hasta sus vidas. Es así como el operario se convierte en esclavo de la máquina y el trabajo del hombre se hace indigno y subvalorado.
Con la revolución industrial, se produjo una radical transformación en la producción de productos, especialmente en Inglaterra.
En plena revolución industrial el obrero estaba desamparado, incluso si se enfermaba, situación muy común por las largas jornadas y pésimas condiciones laborales, al no poder trabajar, el patrón no le pagaba y era rápidamente reemplazado por otro trabajador, que esperaba una supuesta “oportunidad” para vender sus conocimientos y habilidades manuales a cambio de un salario, para sostener su familia; desde entonces los empresarios descubrieron la necesidad de tener una cifra importante de desempleados, como arma de chantaje, para obligar a las personas a laborar en condiciones infrahumanas y hasta enfermos, sin derecho a reclamar, por temor a ser despedidos.
El sindicalismo surge con fuerza, para lograr revertir las imposiciones del capitalismo dominante en la época.